15 de mayo de 2009

Enigma sin solución

El nombre. Su nombre. El que no heredé. El del emigrante que no volvió. El de quien volvió para morir. La mano antinatural que golpea el tiempo y legisla contra Dios. Su nombre, el que el espíritu tutelar de los hermanos, avispados en estas cosas, impide que se dé, para que no se repitan las acciones. El nombre, una promesa de horror. Evitándolo, un sortilegio. En vez de los anillos, de la locura, del mal padre destronado, en vez de eso y para desterrar la idea del golpe inferido por propia mano para resurgir en la eternidad de una existencia dúplice (aquí una patria y otra más al norte), en lugar de tanto riesgo, una etiqueta más cercana y roja, no querida y guerrera entre los antiguos (pues no llega a polémica para que la rescate Heráclito). Si acaso la señal de un lugar deshabitado, el adecuado para el alma nuestra, que no encontraría una isla más perfecta ni aunque Gaunilón torciendo el gesto.

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