7 de febrero de 2009

Sabbath

Por la mañana, normalmente, los trabajadores emprenden la doble tarea de sacrificar al dios consumo y demolerse concienzudamente la existencia, doble tarea que habían postergado o prorrogado en su ejecución desde el final del domingo, cuando se entregaron al sueño y a las pesadillas.

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De compras en la bella y más que mediana ciudad de M. Odio comprar nada y los que me venden seguro que me odian también. Seguramente por esa razón soy un gran consumista: por el sinsentido.

Cuatro libros:

  • Los Diarios de Marai, de sus años finales.
  • La roca, de Wallace Stevens, breve y caro gran libro de poesía (dicen los solventes: Harold Bloom v. gr.) que empiezo a leer y malentiendo. Ninguna novedad. Aparte de que no es conveniente leer de pie en unos grandes almacenes. Estorbas y te estorban en esos enormes pasillos pero estrechos.
  • A lo largo del camino, de Julien Gracq, autor francés "lamentablemente". En la solapa reza que "siempre sintió preferencia por la educación secundaria", algo que si manifestara ici et maintenant sería razón más que sobrada para ponerle una camisa de fuerza.
  • La Enciclopedia de los muertos, de Danilo Kis.
Libros todos que corresponden a la rúbrica "La alegría de la huerta", recién me doy cuenta. Lo cual, la verdad, me da lo mismo. Además, para entretener mis tribulaciones me dedico a la lectura de los heterónimos de Fernando Pessoa, ese gran hombre. Lo que escribo como ironía, lo de "gran hombre", es porque realmente no creo que haya literatura que haga más feliz que esta escritura de la desgracia íntima que nos legó el portugués para la eternidad.

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Canción de amor.

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