El ateo, aparte de sus buenos deseos y la bendición a quienes le heredan, poco puede hacer. Cesa y debe entregarse, es lo coherente, a la indiferencia. Otras historias serán, no la suya, que se acaba. Sus preocupaciones no tienen objeto, nada puede hacer. Donde nada hay, hay nada. Él es verdaderamente un Sein zum tode.
El creyente, si es premiado con el acierto de la sobrevida, gozará de una doble perspectiva. Fenoménica y nouménica, para utilizar los vocablos de una venerable escuela. Contemplará con tristeza los avatares y sufrimientos de sus deudos, puesto que aún no ha perdido el recuerdo de la empatía. Pero, viviendo en lo real, experimentará cierta indiferencia, nacida de superioridad, puesto que él sabe, y conoce que la alegría es eterna, pero el tiempo humo.
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