La corrección política, exacerbada, ha dado lugar más recientemente a la aparición de los llamados safe spaces. Se trata de una iniciativa que dinamita el ideal filosófico que la enseñanza universitaria debería alentar; esto es, el de regir nuestras conductas y, en general, nuestras vidas, no exclusivamente por los sentimientos, los prejuicios o las pasiones, sino por la racionalidad, atributo privativo de nuestra especie. La Filosofía nos enseña a tener criterio propio, a no dejarnos engañar por los cantos de sirena de unos y otros.
Pero este ideal, vigente desde la Ilustración o incluso desde antes, desde el Humanismo renacentista, está cediendo terreno al razonamiento emocional, formulado por David D. Burns en su libro de 1980 Feeling good: the new mood therapy (no
confundir con la canción de Nina Simone). Según él, hay que dejar que
sean nuestras emociones y sentimientos los que determinen nuestras
interpretaciones de la realidad. Y hay que evitar que la presentación
cruda de esta altere nuestro equilibrio interior. Por eso, en la
Universidad se debe eludir la controversia. Los profesores deben
olvidarse de la libertad de cátedra, y preocuparse sobre todo de cómo
sus lecciones puedan afectar al estado emocional del alumnado. (D. Villanueva, en Nueva Revista)
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