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16 de abril de 2019
No hay gran cosa que contar. Casi nunca. Lo vivido es común, nada destacable: un paisaje, una música, los sucesos del mundo... Podría ser hacia mil novecientos ochenta y tantos, cuando la conciencia -o su carencia- ya estaba conformada, y recordar las esquilas de las ovejas, en un día de primavera dulce. Pero no sé si es un recuerdo inventado, capaz, eso sí, de abrir heridas. Porque lo que era, y quien había, ya no es. Entonces, sí que hay algo pequeño que contar: esa tristeza de fondo que va desviviéndonos. Ojalá fuera una culpa confesable y redimible..
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