Nuestro hombre se sentía de buen humor. Miró aquella gruesa novela de noble encuadernación en piel. Por qué no?, se preguntó en silencio a la vez que agarraba el libro. Se sentó en su sillón favorito, encendió la lámpara, abrió el volumen y aspiró el olor del papel. La caja de paracetamoles estaba acerca, a la mano, como se dice ahora en modismo bárbaro. De allí tenía que salir algo. Aristóteles, Metafísica, rezaba en el lomo. Sonrió para sí, ansioso por conocer.
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