19 de marzo de 2008

Lengua del sabor del ladrillo

Soy un hombre, una cosa que piensa y duda, nada más. Alguien a quien los argumentos se le antojan muros altísimos, que se conoce en su angustia, sosteniéndola y sosteniéndose él en ella, así desde siempre, según los significados de los filósofos. Hay días que prácticamente no entiendo nada, que las palabras se me quedan en el aire, como delante de los ojos, sin atreverse a pasar al cerebro para ser procesadas. Ellas son tímidas o yo soy tímido. Así que el amor no surge entre nosotros, porque no nos damos oportunidades. Cuando hablo suele ser peor, cegado por una pasión nimia (yo necesito tan poco!). De manera que al cabo del día, y me lleva ocurriendo desde hace muchos años, no sé en qué cantidad he aumentado los centavos de las palabras indebidas y las razones inadecuadas. Yo soy así.

Pero todavía, cuando digo dolor me quiero referir a mi pena, a la ansiedad que de algo me redime, al recuerdo de las culpas que tengo y que no tengo; cuando digo alegría, por otra parte, miro desde mi balcón abierto a la calle, oigo la música que no veo, las voces y las risas de la gente que no veo pasar, pero que sé que están ahí abajo con filosófica certeza, y también gracias a la costumbre.

Sé que existe otra manera de hablar, hueca, ceñuda, disimulada, que no quiero que sea la mía. Esa manera de hablar, en vez de mirarse al espejo y pedir perdón a Dios por la miseria, argumenta. Demasiado. Porque tiene que esconder demasiado la falta de sustancia y de vida. Podría decir así:

"En un modelo curricular cerrado, tal como manifiesta Zabalza, el libro de texto es isomórfico con los programas: `Los textos, nuestros textos, son funcionales, en nuestro sistema curricular. Por esto, tienen el éxito que tienen. Tenemos un sistema curricular cerrado, rígido, prescriptivo y uniforme. Sea cual sea el valor y el sentido que otorguemos a un modelo curricular así, lo que está claro es que desde esa perspectiva está claramente justificado el libro de texto, es el mejor caldo de cultivo que los textos podrían tener. Por el contrario, o no existiría el texto, o su sentido y papel sería muy diferente al actual, si nuestro currículum fuera abierto, si permitiera o potenciara variaciones importantes en función del contexto geográfico o sociocultural (...) el libro de texto perdería su papel monopolizador. Necesariamente habrían de ir surgiendo recursos impresos más adecuados a cada contexto.´ "

5 comentarios:

conde-duque dijo...

Buenas noches, Martín. Estoy de acuerdo contigo.
Sólo tengo una duda: ¿en qué sentido entiendes "argumentar" y "argumentación"? Porque me ha parecido que lo que percibes negativamente. ¿Cuál sería su correlato positivo (en el ámbito del pensamiento)?
En ese texto no veo argumentación: sólo veo pajas mentales y palabrismo inerte, vacío y rancio. La esencia de la burocracia; es decir, la muerte del pensamiento.

conde-duque dijo...

Me refiero al texto del final, claro.

Martín López dijo...

Argumentar en el sentido de palabras-tapadera, argucias de abogados, demagogos y cosas así. O sea, utilizar las palabras para la mentira. Y para el correlato positivo se me ocurre la expresión de la "razón de amor", que es lo mismo que filo-sofía. ¿No?

Egoficción dijo...

Pues poco que decirte. Que estoy contigo en lo que dices. Tal vez, sólo, humildemente, un comenatario (iba a decir consejo): ¡lee y piensa y habla irónicamente... es lo mejor para la tragedia! ¡la ironía no siempre es insustancial o inmoral!

Egoficción dijo...

Con todo el cariño e ironía del mundo. ¡Corree al quiosco que los culturales los han sacado hoy!