El coleccionista, de cualquier especie, se nos ofrece como un ente patético. Satisfecho de sí mismo en su accidentalidad mediocre: poseedor de objetos, compilador de humo. El polvo se acumula en sus caprichos. Entonces hace como que recuerda: las promesas, la estupidez. En el reproductor, las sonatas para clave de Soler.
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