17 de febrero de 2020

Se recuerda
Que la depresión es un plato duro, acerbo es el vocablo que viene a la boca de la mente,
Que saboreas sin aviso en décadas alternas, un guadiana o serpiente de subidas y bajadas,
Una cifra de soledad e incomprensión, cósmica de tan personal, risible en su trágica mediocridad, dramática en su intrascendencia.
Estan las calles embrujadas para mal, o ni siquiera, para nada,
Condenadas a una estrechez húmeda y sin luz, o quizás es la proyección sombría del caminante, huérfano de padres y de luz, rico en estériles extravíos a destiempo.

Están las frases, los libros, el olor memorizado del papel, los amigos viejos y el rumor del agua lejana allí en el fondo del muro y en el puente,
En esa otra ciudad húmeda y fría a la que soy adicto, y que frecuento en sus más vulgares encrucijadas de café y recuerdos y deseo proyectado.

Está la otra vida, también, los hijos futuros, el tiempo al que te obligas y que no te pertenece, la rosa que se despliega -sin olor- al contemplarla. Sí. Un resto o llama de generosidad y de luz al doblar las calles de sombra hacia la media noche íntima. Tuya y del mundo.

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