25 de julio de 2011

Huerta de San Vicente, II

Un hombre cansado va recorriendo los portales de una ciudad dormida. El calor es horrible estos últimos días de julio. La disposición misma de la urbe, en un terreno resguardado entre montañas hace que a esta hora que cuento no se mueva ni una brizna (?) de aire. Así lo dices al bajar de la montaña, no sé bien si en un recodo del camino o en un comentario al pasar. De esa manera debe ocurrir: una ciudad milenaria aprisionada. De ahí que la sangre hierva a veces, según la mueven, ahora sí, las creencias fuertes. El cementerio, en silencio estos años, era puntuado aquellos días de julio, no éstos, regularmente por las balas. La sangre, este mes de julio de 2011, hierve de otra manera: al sol callado de la angustia que te nubla la garganta, cuando te paras a descansar en los portales. Del temor me libra lo que veo: las líneas de la montaña, los restos de nieve, los cuerpos jóvenes que desprecian y desafían este calor mortífero...

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