10 de junio de 2011

La destrucción y el amor, poemario de V. A.

Yo finjo que soy un hombre viejo, atascado y gruñón, que tiene la casa atestada de recuerdos. Creed que los recuerdos perduran en la piel, que ahí nace su dolor para deshacerse en los ojos o en silencio, lo que es muchísimo peor. Estas heridas sin sangre son el alma misma desgastándose: en un rubor recordado, en un rictus o una imagen. Los hombres viejos no deben amar. Nadie debe, diría yo, pretender resguardarse en las noches con imágenes de cuerpos desnudos, figurándose una gloria o una parada en el camino. No debería existir la carne que tiembla sino esas plazas con unos escasos árboles en medio, unos bancos de piedra y unos viejos que toman el sol mientras dan de comer migajas a las palomas haciendo el gesto del que desgrana el tiempo.

(Discartesian@)La solución del problema es que el problema no tenia solución, que estaba mal planteado. Así salgo yo del paso, fuera de toda regla y orden, acogiéndome a un muestrario de errores que es capaz de hacer acabar el método como un rosario de la aurora. Absolutamente negado in mathematicis.

Velada musical de fin de curso en el Conservatorio. En el Salón del restaurante La P. había unos 3.800 millones de personas, sin exagerar ni un ápice. No cabía un alfiler. Guitarra, clarinete, piano y flauta travesera al principio. Cosa fina, como debe ser. Algunos intérpretes muy buenos. Luego se acabó la fineza: cuando llegaron las trompetas y la batería para completar. Muy divertido. Al final de la gala, conjunto granaíno de ragtimes: Chauchina Town. Yes, ellos.

1 comentario:

Lidia dijo...

Si no fuera por esos momentos que quisieras eliminar, la vida sería un sinsentido aún mayor, a pesar que el recuerdo de esos momentos provoque luego dolor. Paradojas.