23 de junio de 2010

Inquietud

Por algo que no sé, llamo la atención de los viejos, de los muy viejos, cuando me ven pasar paseando. Hay uno que, cuando es tiempo, sale por la calle con su pijama sin mayor problema. Se me quedan mirando, y yo que soy un rato aprensivo me pongo a pensar en qué es lo que verán en mí estos hombres y mujeres arrugados, lentos sin solemnidad, sentados en los bancos de piedra como para recoger los penúltimos soles. No voy a caer en la piedad de mí (o mísero), pero ¿verán que yo no voy a llegar a su edad? ¿Está escrito eso en la manera de andar que tiene uno, en los gestos, en los ojos? Por si acaso cruzo los dedos.

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