6 de noviembre de 2009

Reflexión

Entre lo que pasa y lo que dices, pon un tiempo de por medio.

(Teje de silencio los intervalos obligados.)

Algo así, no exactamente, pero algo así es lo que dijo: quien pierde los papeles pierde el derecho a la mirada ajena. Eso lo sabemos todos. ¿Yo más?

Imperdonable: lo sería, e indicaría que algo iba mal, si yo me avergonzara públicamente de un texto de C. P. Aun peor: si intentara disculparlo por lo escrito. A él, uno de los diaristas terribles del siglo XX: conciencia y dolor, y la primera casada con el segundo.

Sobre la mayor parte de nuestros propios asuntos, nos callamos. A cierto género de verdades no le tenemos especial afición, hasta según qué profundidades no llega la vocación filosófica. Que tampoco quiere adentrarse en el terreno del diagnóstico de situación, el cual determinaría de dónde salen esas verdades.

Pienso que la existencia de alguien está justificada cuando, olvidado de todos, hasta llegar a ser incomprensible el mismo hecho de que haya existido, se encuentre, saliendo de la tierra, una sentencia escrita en piedra... Una sola proposición, fragmentaria o insuficiente por sí misma. La existencia se salva en una interpretación abierta, en una sucesión de preguntas que nadie responde y que parece que deben ir dirigidas a otra parte.

Por un lado tengo la intención de escribir (algo), por otro escribo (otra cosa siempre).

Absurdo: recordar la lectura de los Diarios o las Cartas de Kafka como un momento feliz.

... También está la divagación personal y situacional del Molloy de Beckett. La felicidad que consiste en o que viene de o que acaba en una escritura que se pasea, que va a un sitio como podría ir a cualquier parte, o a ningún sitio en particular mejor que a cualquier otro...

Una piedad distinta, no eutifrónica toda vez que la creencia en el otro mundo se ha evaporado de la conciencia en la feliz Europa, se dirige hacia el corazón: el personaje de Molloy obtiene su ventaja relativa de esclavo (respecto a todos los amos) de que no lleguen a golpearle; los salivazos tampoco le gustan, lo demás, los insultos por ejemplo, lo soporta; su madre, por otra parte, vive en un apartamento con vistas al matadero, el lugar donde las ciudades han abolido mortalmente la naturaleza.

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