29 de octubre de 2006

Volkgeist, de nuevo

I. Vicente Verdú
Visto de otra manera: debe distinguirse entre la intención de la autoría y los efectos de la escritura; entre las pretensiones de la escritura y los efectos de la autoría.

I.A. El autor no representa otra cosa que un espejo. El autor no es un espejo: con "representación" nos referimos a la debilidad de las definiciones, a la provisional necesidad de las mismas.

I.B. Su rol institucional -el círculo de los intelectuales: cosmopolitismo de los viajes, de los idiomas y los conocimientos, de los libros y la edición/los editores- no le deja al margen -no deja al margen- de los signos del tiempo. Éstos, como la escritura de un dios inexistente, deben ser descifrados.

I.C. Para Verdú, la persona, existe el dolor: también las categorías que lo describen, y que él niega en otros ámbitos.

II. Autoficciones
In illo témpore me atreví a querer hacer un análisis -enfocándolo sociocualitativamente, según la técnica de las historias de vida- de una muestra, escogida al azar de lo disponible en bibliotecas cercanas (?), de ese tipo de narrativas que se quedan a medio camino entre la autobiografía con sentido referencial, memorialista, y las falsas autobiografías o novelas con formato autobiográfico (narradas en primera persona y que tuvieran por objeto un trayecto significativo de la vida del personaje/narrador).

Pensaba, no sé si con verdad, que el traslado del valor de confianza y autenticidad que reside en las historias de vida (el narrador entrega su discurso espontáneo al otro, el científico, en representación éste de la verdad) a las formas libres de autopresentación -pues no se obligaban a la entera verdad- de unos narradores privilegiados (por su oficio y formación: los escritores) podría conducir, gracias a esa misma escritura irresponsable de la que los escritores pueden hacer uso, a un mejor conocimiento de los valores reales o sobreestructurales presentes en un determinado período de la sociedad española.

La oportunidad de la empresa sería tanto mejor en la medida en que se solapaban dos tiempos en una misma escritura de autor/es: educados, en todo o en parte, durante la Dictadura, pudieron conocer -después de la transición- el funcionamiento de la vida en una democracia formal. Lo que de inmediato se percibió como fracaso y desilusión, conscientes de la mayor fuerza de la escritura que escribe contra, de las posibilidades de una negación reactiva, que no se compromete a actuar, ha acabado significando la reaparición de una doble verdad: la histórico-política, que desde uno y otro lado -aunque fundamentalmente desde uno- pide la reescritura y recuperación del tiempo, y, en segundo lugar, el punto de vista -de orientación culturalista- acerca de los defectos sociales en la ilustración ciudadana (ésta se refiere al valor, no al derroche), bien reales en el conformismo actual y fácilmente visibles a través de la frágil memoria de los escritores (por su forma y por su contenido).

Un pensamiento narratológico, folklórico o pop, podrá salvar las obras con el prestigio añadido de la lingüística: la ironía está en darse o no darse cuenta de que se ha desplazado el culto ejercido sobre el contenido ideal de unas obras, sea en la intención del autor o en la materialización de los valores, religión que orientó el inicio de la hermenéutica, hacia la tensión entre la crítica (textual) y la verdad (de la obra) que valdrá, con el tiempo, lo que la calidad de escritura del investigador. Es decir, que se vuelve a la calidad de la literatura a través de su misma negación académica: la literatura contiene los signos de un tiempo, incluso en su mutua mediocridad.

A mí, todo este intento -trabajo, deber- me sumió en una gran infelicidad personal.

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