21 de octubre de 2006

Calor de otoño

El alma desatendida, al llegar octubre, se baña en lo que puede: en la frescura líquida, rumorosa hasta el silencio, de las acequias, en el aroma brevísimo del limón, en el sendero social de las hormigas por el camino de tierra. Paseando por los recodos del río -el tiempo ya deshizo sus aguas- veo cómo la tierra de los márgenes adquiere forma humana, pues parece cortada a cuchillo; y cómo las casas en ruinas, al confundir su color con la tierra circundante, se han vuelto por fin naturaleza.
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¿Cómo podría dedicar su vida al lenguaje quien no tuviera el espíritu torturado por las palabras? Éstas, habitualmente comprensivas, amables, se vuelven sombrías y dejan un rastro definitivo de frío, de obsesión.
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More Heidegger: el lenguaje es la casa del ser; el hombre el pastor del ser. Al poeta le pertenece la administración de las palabras. Ni siquiera al filósofo, ya que éste es amigo o enemigo del gobierno de la ciudad, resultado tardío de los excedentes económicos, del lujo. La ocupación con las palabras, en cuanto entrega individual a la tradición (vuelco social, absoluto de la individualidad), se establece como universal para toda comprensión posible, un estado del habla muy poco separado del silencio primerizo, y todo antes de la política.
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La renuncia a que tú me veas, esa vergüenza o deshonor que se aposentaría en mi persona si te quedaras con mi cara, dándote en gestos lo que pienso y lo que siento, plantearía, según creo, un lugar imposible para cualquier encuentro. Tal grado de impureza, que me impide verte, sólo puede venir proporcionadamente de tu misma persona.
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A este respecto, la decisión -los actos, los discursos- política acerca de la inconveniencia de los reductos culturales demasiado particularizados, siendo apropiada, al ir dirigida al auditorio conjunto de la ciudadanía, debe basarse en un principio anterior, quizás no negociable: los cuerpos no son causa de vergüenza, sino la alegría misma, justo porque son tan poco durables.
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"Un ser de ficción, vaciado de casi todo, se refugia en la inventiva momentánea e inmotivada: encuentra así la autoficción. La solución histórico-literaria tiene bastante éxito, teórico y práctico. Basta con mirar la difusión del término para este tipo de textos (no simplemente narraciones), cuantificable en el mismo medio informático para el período de tiempo que se desee. La venta de libros que pertenecen a ese género difuso confirmaría esa misma tendencia." (28 de agosto de 2006)
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¿Contendrá el cristianismo, origen hegeliano de la libertad, los gérmenes del mismo mal? Convendremos en que sería una pesadilla la inversión total del sentido del pronunciamiento por un dios interior, más verdadero que yo mismo, la subjetividad transparente y deseante, que sólo tiene por techo un cielo de nubes bajas en octubre y un calor tardío. La pasión por la verdad está muriendo desde hace decenios, desde que decidimos temblar por el uso de las mayúsculas (Libertad, Igualdad, Fraternidad), ahogadas en el río revuelto de la tolerancia.
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Los autos de fe no son el alma eterna, la verdad no es el error. ¿Por qué sorprendernos de nuestra condición autoficticia? No comprendemos nuestro lenguaje y nuestra ontología se desliza entre "real" y "virtual" (Vicente Verdú).

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