Fray Augusto de la Flor, pensador escolástico con ribetes de místico 2.0, plantea como tarea escolar, a sus caros discípulos, la observación pormenorizada de una puesta de sol (suceso en verdad aparente según la novísima filosofía copernicana) durante un eterno cuarto de hora. En los rostros juveniles se muestra el esfuerzo por comprender... Dar sentido, ese es el menester de los aprendices consagrados al logos. Todos menos uno concuerdan en el esfuerzo contemplador, expectando la verdad, iracundo él con la absurda devoción solar de la tarde urbana, con esta boba impostación, allí todos detrás de los ventanales como peces en el acuario. Este uno o Único recuerda el momento glorioso, dies irae, en que el agente de la Benemérita, en aquella película, dispara al sol que ha confundido el orto con el ocaso, con perdón.
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