1 de julio de 2021

 Marcuditos Torontoniano MacQwerty, de padre uruguayo y madre escocesa, decidió, alcanzada la mayoría de edad, abandonar la casa familiar en O. y recogerse a meditar en el desierto almeriense. Sitio había y lo hay, a pesar del turismo global y las asechanzas de la malhadada información. Tampoco los retiros son como los de antes, cuando se dejaba el mundo civil de todas todas y se daba lugar a historias estrañas, miríficas y un poco psicodélicas, como Goya en los albores del arte de la contemporaneité. El desierto almeriense ahora es un poco como de bolsillo, igual que el dinero que se lleva, y tiene buenas conexiones por carretera, antenas de televisión y llega el periódico. Huir allí es mirar el mundo desde un aparte escénico, no sin ser visto, sino para ser visto. Quien huye a este jardín o erial barrido por el aire, tan cercanos el mar y el cielo, solo aparentemente abdica del común. En realidad es un diógenes que ya no lleva linterna, por exceso de luz, y quiere para sí el universo, para bucear en infinitos o para ascender hasta el corazón de los hombres. El desierto será su tonel encontrado, allí donde los perros ladran de contento.

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