De noche, una brisa tan dulce que oprime con suavidad el corazón. El hombre, sentado en el sillón de la puerta con el vaso de vino brinda a la luna creciente. Algo liga la luz de plata reflejada con las raíces del dulce fruto. Es la vida y es la vid, y el hombre, apurado el líquido, se pone reflexivo y se cuestiona, porque no conoce el nombre del nexo que vincula las cosas de arriba y las de abajo, lo lejano y lo profundo, si no es ese viento que se enrosca pacífico pero insistente en las calles y terrazas de Almería. (También es verdad que se escucha, no muy lejos, el rumor regular de los vehículos por la carretera, pero qué poco significa comparado con esa excelsa ignorancia del espíritu que no sabe darle nombre al conjunto de su pequeño corazón, sus recuerdos y este asombroso y puro cielo sudoriental donde pacen mansamente las estrellas.)
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