¿De qué sirve paladear la angustia? Los paseos vespertinos por caminos rurales, subidas y bajadas por trechos polvorientos, no lejos de la ciudad histórica, tan agria y engreída sí misma, son propicios para dar algunos tragos a este cáliz del temor que acompaña tu existencia, hombre maduro pero débil. Y no es la angustia aprendida en academias alemanas, sino cocida a fuego lento, a golpes de la vida, a golpe de golpes. Sería risible si no fuera por esa condición tardía de padre sentimental, orgulloso de los kilos ganados, de la inocencia, los juegos y la risa alborozada.
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