19 de octubre de 2010

Pour Pav.

(Las cosas casi nunca son como parecen) Muy posiblemente, los peores temores se acaban realizando. Lo que parece acaba siendo todo lo que es el caso, el mundo, el lenguaje (vid. Witt., Tractatus). De ninguna otra manera podría llegar a cerrarse mejor una gloriosa (permitid que ría) cadena de errores. Lo que temes, lo que piensas: un mapa perfecto o casi de lo que será. No te preguntes por qué los inviernos vienen tan fríos a esta ciudad. ¿Quién habría de responderte? A esta hora nadie transita por la ciudad. Nadie que esté vivo, quiero decir; nadie que no tenga hielo en la sangre y una inercia en sus pies que le hace no parar. Aquí no hay canales, sin embargo las calles trazan el mismo laberinto y hay un frío idéntico que te congela por dentro. Eres un paseante de invierno, que no encuentra a nadie por las calles, a nadie que esté vivo y que no tenga hielo en la sangre, y unas piernas inertes. En lo que parece se agota lo real. Inútil lamentarte, tú que sabes, para eso ya has leído algunos libros y no te son ajenos los engranajes de la vida, que en las fachadas y no más atrás se detienen los edificios, que vivimos solos en el mundo, aunque la mayoría finja desconocerlo, envuelta en un cálido sueño de impresiones. Tus pensamientos odiados, las imágenes que temes (una tragedia ridícula, nada más). Lo que parece ser, lo que es. Uno y lo mismo, para siempre, igualando estos inviernos.

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