25 de febrero de 2007

Deception

Escrituras privadas, pasadas, sin intención...

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Hay tardes de sufrimientos, suaves si no tenemos el valor, o la actitud renunciadora, del reconocimiento. Vivientes diarios -¡qué pocos días son!-, nos obligamos a la producción y el resultado, aunque actuemos con otros seres humanos -¿cómo no pensar que entonces la tristeza es mayor, que por eso mismo la ironía se aprecia?-, el lenguaje circula con naturalidad, gobernándose metafóricamente como un río que fluye -al que, desde el puente, estamos desatentos-, con esa espontaneidad inadvertida en la cual las vidas humanas cobran su gracia. Fortuna no quiere a veces esto para los sujetos en los que fija sus ojos: pretende cegarles, para que no diferencien un fracaso leve de toda aquella figura de actos y carácter que supondría un transcurso biográfico errado. ¿Quién puede saber del daño contenido en los gestos más acostumbrados, en el rostro ofrecido o el trato que se rehúsa o que suena falso? Nada nos asegura contra esta infamia que nos distrae de la obligación, de la obra: sin embargo, yo, la sensación de asco y de culpa por mis actos propios la tengo desde la infancia, como una pátina de la conciencia, producto de las pequeñas mentiras y delitos que quedaron impunes -Dios no me ha de castigar cuando ya he mendigado su perdón. Por eso, lo que digo esta tarde de mí no constituye un aparte, sino un paréntesis en el curso del deber: al modo de esas aclaraciones que aun se intercalan en el poema, comentándolo desde dentro (pero así tendría que sentirme un poeta infértil!). Me pregunto por qué tengo tanto miendo de recordar la pobreza -yo sí supe de su ignominia, del embrutecimiento que sólo vence la pureza de un corazón bueno: sólo tengo el torpe recurso de envolver en palabras un interior que ignoro-, inmerecida, aunque no éramos sólo nosotros. Años después, perdido el sentido que pude vivir, ávido, en el medio convencional de la edad de la vida, por captar una significación del tiempo, intuyo la generosidad que pueden tener las gentes humildes: sea la mía la de no querer saldar una deuda que amo, puesto que es todo lo que yo soy -individualidad forjada por otros.

6 de febrero de 2006

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