(Leer novelas tiene consecuencias, y obliga a hacerse una idea propia del Támesis.)
Sueñan los empleados con una casa en el campo, junto a un río tranquilo y un bosque que no llega a infundir temor.
Dentro de la casa arde un fuego, cuando es el tiempo, a conveniencia del frío invernal y la lluvia que percute en el alféizar de la ventana, sin querer dañarnos.
Alguien lee poemas en un libro de páginas de papel resquebrajado, ensoñando épocas y ausencias, mirando a ratos la luz gris detrás de la ventana, a ratos las láminas de cuadros famosos que guardan los museos.
Quizás sería bueno que fuera en Oporto donde está la casa, y otro el río, o mejor Lisboa, otras aguas, y que el bendito reloj de arena llevara su curso al revés.
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