Termino el libro de P. C., Los últimos, excelente. No hay escritura sin amor, aunque sea tan triste: el amor por lo perdido, el despoblamiento, la desolación. (En una ciudad no caben estas melancolías, ahí no se dio nunca este sentido de pertenencia: vida rural, tradición, identidad.)
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Cualquiera puede entregarse al juego de las memorias y los olvidos. Basta con pasear y ser testigos de los estragos del tiempo en los familiares y conocidos, en ti mismo. No quedan ni los nombres, ni quien recuerde los nombres.
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No siempre es despoblación, puede ser una repoblación hecha a golpe de talonario. ¿Qué inglés no va a caer fascinado con el sol de Almería?
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