9 de noviembre de 2019

Hay una necedad obsesiva en el orgullo herido, una tentación invencible que no perdona edades. Aunque se conozca, sin fisura alguna, el perjuicio de la repetición del daño. Estrictamente moral. O sea, humo. Pero de esa materia leve y volátil estamos en buena parte hechos. Y no nos importa fijar en piedra perdurable la superficialidad de nuestros anhelos.

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