Hay una necedad obsesiva en el orgullo herido, una tentación invencible que no perdona edades. Aunque se conozca, sin fisura alguna, el perjuicio de la repetición del daño. Estrictamente moral. O sea, humo. Pero de esa materia leve y volátil estamos en buena parte hechos. Y no nos importa fijar en piedra perdurable la superficialidad de nuestros anhelos.
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