29 de junio de 2019

Y ahora, estudiantes míos, tengo que deciros otra cosa. Seria congojoso que os ejercitarais en el abuso de las armas de fuego –o de las llamadas blancas– y que las escondierais en el mondado libro de matute, pero más congojoso será que os dejéis ganar del ejercicio de otras armas peores. Me refiero a las de la calumnia, la injuria, la insidia y el insulto de que tanto empiezan a abusar vuestros mayores. Os están enseñando a calumniar, a injuriar, a insultar a la generación de vuestros padres y abuelos. Os están incitando a despreciarlos. Os están incitando a renegar de los que os dieron vida. Vosotros, estudiantes españoles, que os ejercitáis en la investigación científica, histórica y social, en la dialéctica –escuela de tolerancia y de comprensión de la concordancia final de las discordias; de la coincidencia de las oposiciones, que dijo el Cusano–, vosotros tenéis que enseñar a vuestros padres –a nosotros– que esa marea de insensateces –de injurias, de calumnias, de burlas impías, de sucios estallidos de resentimientos– no es sino el síntoma de una mortal gana de disolución. De disolución nacional, civil y social. Salvadnos de ella, hijos míos. Os lo pide al entrar en los setenta años, en su jubilación, quien ve en horas de visiones revelatorias rojores de sangre y algo peor: livideces de bilis. Salvadnos, jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no mancháis las páginas de vuestros libros de estudio ni con sangre ni con bilis. (D. Miguel de Unamuno, en 1934, con motivo de su jubilación; cito de Ld)
Era otro nivel: en el fondo, en las palabras empleadas, en todo. No digamos en la moral.

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