El integrista puede soportar al homólogo del otro bando, confiado en su conversión final, more católico (estereotípicamente hablando) Al que no puede perdonar es al tibio, al socialdemócrata, bañado en aguas del Golfo de Rawls o el Cabo de Habermas, al infame redistribucionista. Para este, plomo y fuego.
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