De repente no hubo nada y murió la historia, y vino un viento seco y ardiente que nadie notaba. Tarde, no demasiado, los coches no dejan de pasar por la carretera. También hay un cielo y un sol que se pone, igual que todos los soles del mundo. Aunque nada duele tanto como las miradas borradoras, las que pronuncian las frases lacerantes en silencio.
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