3 de septiembre de 2009

Por favor

Soy normalmente maestro de mí mismo, y corono mi esfuerzo y sudor en fracasos continuados y algún pequeño éxito. No me quejo, pues yo no espero ya nada que me obligue a medir mi desazón por lo que no es. Querría encontrar, en todo caso, un maestro de retórica. A él lo escucharía con un respeto sin tasa. Junto con otros once (ninguno de ellos se habría de ir) formaríamos un equipo para andar por el mundo. No es que yo haya dejado ya de amar la verdad. La amo, pero ella es como el plomo y a veces me cuesta aguantar su peso. Ya se me notan los años y su desnudez descorazonadora. Sí que quiero la verdad, pero ella me enferma. Así que no sé si lo que busco, al desanimarme de seguir mi camino propio (esto creo que es lo que me pasa), es la manera de desplazar la enfermedad de mi persona y cargar con ella al maestro nuevo.

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