Por lo mismo que nos tiene que sorprender el lenguaje ajeno, tanto más extraño cuanto se le abstrae de los contextos desde juega, como un arte de ventriloquía - se habla más que hablan-, por eso mismo nos tiene que desazonar lo que nosotros decimos: una irresistible impresión posterior de tontería de la que no llega a librarnos ni la tentación irresponsable del anonimato: tenemos diáfano que somos los hablantes en el mismo instante en que pronunciamos la duda. Loquor, ergo nescio.
Lo que dicho por otros suscita curiosidad y ganas de conocer en juego, dicho por nosotros provoca el deseo de volverse avestruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario