No lo sabe o no lo quiere saber. En el fondo, los desprecia. Tampoco pisa la calle. No pisa las calles que pisa usted. Le deprimen. Cuando uno va en coche oficial de palacio en palacio, del despacho al hotel de lujo y del hotel de lujo al despacho, termina despreciando las calles mugrientas llenas de gente. De “esa gente”. (J. Gallego, "El desprecio", en eldiario.es)
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