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27 de diciembre de 2009
Kafka on Journal´s, III
La amargura que sentí anoche cuando, en casa de Baum, Max leyó mi pequeña narración del automóvil. Me había encerrado en mí mismo frente a todos y frente a la narración, con la barbilla literalmente clavada en el pecho. Las frases desordenadas de esta historia, con unas lagunas en las que uno podría meter las dos pianos; una frase suena aguda, otra suena grave, al buen tuntún; una frase se roza con la otra, como la lengua con un diente cariado o mal colocado; una frase se nos viene encima con un arranque tan brusco, que todo el cuento se hunde en un asombro mal dispuesto; una soñolienta imitación de Max (reproches reprimidos-alentados) avanza oscilante; a veces parece un curso de baile en su primer cuarto de hora. Me doy a mí mismo la explicación de que tengo demasiado poco tiempo y tranquilidad para extraer de mí, en su totalidad, las posibilidades de mi talento. De ahí que únicamente salgan a la luz unos esbozos inconexos que llenan, por ejemplo, todo el cuento del automóvil. Si alguna vez lograse acabar un todo de proporciones mayores, bien estructurado del principio al fin, entonces el relato nunca podría desprenderse definitivamente de mí, y yo podría escuchar su lectura tranquilo y con los ojos abiertos ... (5 de noviembre de 1911)
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