Qué bien que la dichosa Amenatu esté ya en su casa. No he entendido nada de este caso absurdo, surrealista, a pesar de tener que oír a diario todo lo que se decía. Al final, de todo su pulso personal con el tirano alahuí, me queda, sobre todo, una imagen: Amenatu en la farmacia del aeropuerto, levantándose de la silla de ruedas y pesándose en la balanza ante las cámaras de televisión.
Ya podemos quedarnos tranquilos. Pero no lancéis las campanas al vuelo: seguro que los periodistas buscarán una nueva excusa para amenizarnos la Navidad.
El ideal: anidar en el presente, pero no en de la noticia (novedad), real o creada, sino en un instante sin ventanas a la prosa cotilleante del mundo.
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