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25 de diciembre de 2009
Al fin, chez moi
Después de tempestades, viajes, incidentes. Así ha sucedido. La mayor parte de lo que escribo (no me voy a poner escolástico, como aquella vez que discutí la diferencia entre que es evidente y qué es evidente; no me voy a preguntar qué escribo) corresponde a la categoría de la máscara, del glissage (personas, tiempos, espacios). La preceptiva (clásica) está ahí para que yo resbale por ella, para que no me atrapéis. De ese modo no podréis romperme, a lo cual invitaría mi torpe fragilidad. Con ese juego, impropio de personas mayores, aquellas que poseen coches responsables en la medida de sus fuerzas, me hago la ilusión de que me escapo, de que viajo inclusive, yo que soy un sedentario aficionado a la foto fija desde mi balcón pueblerino. Mejor así: este pensamiento de casino que arrostro me hace sentir escéptico sobre los significados y el orden lingüístico. Idiotez ultradefensiva, ya lo sé. (Muy conveniente para mí, también lo sé. Al menos, ésa es mi intención.)
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