Cuando hace unos años, al comienzo de este siglo que nos verá desparecer, quería yo investigar (tentación de la que me sacaron al unísono mi torpeza sin voluntad y un ethos a la postre irreductible), me hacía la ilusión de querer ver en las autoficciones canónicas (de escritores valorizados por la crítica, comme il faut) un esquema válido de historias de vida posibles. Ni novela ni autobiografía, conservando la libertad de una y el compromiso veritativo de la otra, veía yo una escritura libre, abierta, lista para generalizarse. Tanto entre los escritores como entre los escribientes. En esto me convertí yo, precisamente, cuando renuncié a la grandeza de investigar (o fui renunciado). Cualquiera podría exhibir libremente su vida, times were changing and we didn´t know what were the reasons, escribirla o mostrarla sin el comercio insincero de los famosos, para inscribir en el mundo nuestra pequeña verdad, aunque al mundo no le importara y a nosotros mismos tampoco demasiado.
Era que se había reinventado la escritura. Desde siempre había existido (desde siempre, para las gentes alfabetas, quiero aclarar) como un recurso privado, manuscrito, entregado al azar o al olvido (este último en el 99,99% de los casos). La escritura electrónica lo cambió todo: podríase volver, en un primer tiempo, de lo privado a lo público (puesto que publicado) con la faz modesta del escribiente (pero que, oye!, tenía su voz y no ya solamente su voto electoral). Podríase llegar, en una segunda fase, al quebrantamiento de la asimetría autor/lector, de lo que las protestas por el copyright intelectual (es un decir, en algunos casos) constituye un síntoma (aparte de la ilegalidad de cualquier copia, of course). En esto, el texto de Gabriel Zaid, en Letras Libres, con dos títulos dependiendo del país ("Malthusiana" en México, "Wikilandia" ici), pero lo mismo da. (Sorry: no se trata del mismo texto.)
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