25 de febrero de 1912. ¡Desde hoy, no dejar el diario! ¡Escribir con regularidad! ¡No rendirse! Aunque no haya redención, voy a ser en todo momento digno de ella.
(Revuelto en sentido escatológico, esto es, absolutamente desesperanzado, el mandato moral sintético kantiano: hazte digno de merecer la felicidad. Al mismo tiempo que la razón universalista ha sido flechada por la fe, y por una fe particular, se ha vuelto hacia el lenguaje (esa misma razón), y hacia un lenguaje particular, el del Diario íntimo. Si quiere recuperarse, esa misma razón, no lo va a lograr sino como inteligencia psicotécnica musiliana. Una burda y embrutecedora imitación.)
A través de Kafka (¿gracias a él?, ¿a su pesar?) aprenden los mediocres (aristotélicamente hablando: los que no llegan a la virtud) su propio fracaso con aspavientos. Hay que empezar de joven (a leerlo, la derrota ya va en los genes; tampoco viene mal Cortázar: Rayuela y algún relato como El perseguidor).
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