No se escribiría nada absolutamente si el reloj marchara suavemente, si una atmósfera de cálida y fructífera inteligencia gobernara -sin nosotros enterarnos, naturalmente- nuestros actos. Una sonrisa firmaría las palabras que se dijeran y el sol vería amorosos abrazos---
Si las cosas fueran así la misma idea de escribir, de mancharse los dedos en impolutos teclados negros, sería desechada con desprecio (como si fuera un miembro de una clase inferior de ideas, de una casta impura y maloliente de pensamientos)---
No sucede de tal deseable manera: en su lugar arde la frente con pensamientos estúpidos, aprieta -ansioso, queremos creer- el corazón cuando los pasos marchan solos por las calles, ajenos a la cabeza. Ocurre finalmente lo odioso -¿por qué tiene que ser así?- y lo oscuramente anhelado: el mandar al demonio el calentamiento de cabeza (con palabras menos educadas), el tomar una cerveza en el bar, después de que torpemente uno se haya cruzado con una mujer guapa (sin fortuna), que querrías que correspondiera a la timidez obligada del saludo (la tuya) con otro gesto que pudiera significar reconocimiento. Pero ¿cómo interpretar lo que parece, por su parte, un gesto torpe, también, y un poco tristón?---
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Por las noches el alma vibra diferente. El corazón se ha cansado de sentir y la frente se dedica a los pensamientos ajenos. El reloj ha desaparecido: sabiendo tú que el tiempo es ajeno y que desaparece por las noches---
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