8 de diciembre de 2007

El yo y su complementario

Hay un espejo arriba, en una esquina de la larga estancia de paredes viejas y techo de vigas de madera y trenzado de cañas. Alguien lo puso. Es fácil entender que los espejos no se instalan solos, por su cuenta, sin pedir permiso. Si alguien lo puso, y no pudo ser de otra manera, esto es algo que ya se ha olvidado. El espejo, reflector de ausencias, lleva normalmente una vida modesta, como le corresponde al objeto que se aposenta cerca de nuestras vidas, al que no se ha invitado pero se tolera, con tal de que no moleste demasiado. Naturalmente él no piensa en el espejo, concentrado en la ansiedad que le está matando. El pensamiento, la cara de su enfermedad, le mantiene eterno, podría decir. Eterno: es decir, solo. El movimiento va pasando allí, en el rincón olvidado: gentes que se sonríen y se aman, viven, envejecen y mueren. Sin reflexión: el lujo del espejo, cuando sale de sí y refiere a la vida.

***

Y un libro de título estupendo...

No hay comentarios: