... lo que el mundo intentaba tener de hermoso, sin quedar nada más que los objetos en desuso. Es decir, su funcionalidad ahora extinta (cosas rotas, en sitios inadecuados) constituyendo la única significación que había permanecido en las cosas. Mediante este trayecto doblemente destructor: de la naturaleza al objeto de consumo (en tanto olvido), y de este último a su abandono, como residuo o basura (en tanto condición de un recuerdo paradójico), podría pensarse en una definición de belleza adaptada al tiempo: no demasiado platónica, distante de su encarnación en el mundo, no vaya a ser confundida con el artificio y el lujo supernatural, sino, antes bien, como una manera o disposición interna de los objetos, considerando su existir con independencia de las personas. (Para que esa su verdad aparte pueda ser entendida como su libertad real.) Pero, ¿es esto posible?
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