Sin comentario, que hable la imagen, recorte de portada de un ejemplar de La Voz de Almería de 5 de diciembre de 2007. Sólo una cosa: habrá quien proponga la castración química (preventiva), con el fin de evitar que se propague el maldito gen docente. Yo no, yo sólo soy un pobre hombre, un (mal) filósofo que no entiende nada, dotado de muy mediano ingenio, incapaz de seguir las conversaciones (lo que no sé si debe más a la hiperactividad o a la imbecilidad ingénita), incapaz de ordenar las ideas, los párrafos y los capítulos del texto y de la vida. Este tipo de personajes, los filósofos, parecen bastante propensos a proyectar su paranoia (proyectiva de por sí), si no en la actuación efectiva de los seres humanos (que también), por lo menos en la marcha o desenvolvimiento de las ideas.
Han dado en pensar algunos, saliéndose muy mucho del tema, que la inocencia natural que, desde la derrota revolucionaria del pecado (histórica con la caída de las monarquías absolutistas, es decir, de fundamento sacral; filosófica con los textos verdaderamente luzbélicos de un ginebrino genial apellidado Rousseau), se propuso como derecho o dignidad fundamental de la vida humana venida al mundo, de tal manera que será por causa de la tradición heredada, en forma de costumbres y prejuicios diversos sedimentados a lo largo del tiempo humano, de aquello que no merece ser llamado realmente cultura (pues en realidad representa una destrucción de la promesa que alberga al nacer cada corazón humano), será esa la razón por lo que únicamente no se produce un despliegue de todo lo que se contiene de verdad humana y divina en esa inocencia traída por las luces al interior del alma de los hombres, han dado en pensar -me digo- que el discurso puramente ideal de la bondad y del perdón más que cristiano no consigue su efecto si no se concreta en una colección de rostros culpables---
La maniobra (sea por la intención o a pesar de su ausencia) obra su efecto en ánimos escasos como el mío. Pues es de mí de quien se habla como culpable, ya que lo soy por mis errores abundantes, los fallos, la inconsciencia y toda esa acumulación de factores que a lo largo del tiempo vivido van formando la experiencia de cada uno, en un sentido particular y privado---
Pero no me esperaba la criminalización a que da pie titulares de portada como el reproducido---
Dejemos que sean los textos, la imagen de los textos, los que hablen con palabras más medidas por distantes, como las de este libro de A. Peyrefitte (Cuando China despierte, Plaza & Janés), que trata de China -naturalmente-, y que se publicó en la primera mitad de los años setenta del pasado siglo, un texto que resulta tanto más eficaz cuanto que Peyrefitte no aparece a priori predispuesto contra el horror del sistema totalitario que fue propagándose como una mancha de aceite malsano y criminal (cuyos resultados serán imposibles de cancelar) por la historia y el espacio de una civilización milenaria, de uno de los experimentos históricos de los que la humanidad habría de estar siempre satisfecha (si es capaz de pensar en las palabras de Lao Tse, sin ir más lejos).
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