Ya sé que del estiércol salen las rosas: por lo que no se pierda -ahora no- la esperanza de que salga la verdad de la miseria moral. Pero yo prolongaría esta moralidad de estercolero señalando que lo que se atribuye a los ignaros maestros del libro de texto también se podría atribuir a los médicos, que sólo tendrían que acceder a una página de salud de Internet y diagnosticar a discreción. Sería más rápido y eficiente quizás: dado que según un farmacéutico conocido "menos mal que las medicinas no sirven para nada, que si no ya estaríamos muertos" (aunque no lo decía contra los doctores, sino contra el uso extremadamente liberal, por parte de los pacientes, de las indicaciones y/o prescripciones médicas). ¿Disparatado, verdad? Pues de esa estructura surreal de la razón bebemos, como de una fuente inagotable que mana y mana, los destinatarios de la intelligentsia pedagógico-política---
PS. A propósito del comparatismo histórico-profesional, recuerdo, de mis desordenadas lecturas sobre los regímenes totalitarios, que en la Alemania hitleriana se intentó conformar una medicina "alternativa". O sea: un conato -bastantes serio, por los personajes implicados- de depreciación de un discurso prestigioso y asentado como es el de la medicina académica; aunque no sea más que por la inclinación de la humanidad a enfermar y morir, desde el día fatal del Edén. Algo así como un desprecio, pero de la salud del alma (vid. Gorgias), sale de las cabezas didactizantes. En la URSS el trigo se podía negar a seguir las recetas lamarckianas de Stalin y su compadre Lysenko (para mortal perjuicio de los agrónomos: de la realidad y de la razón). Los que tienen en poco la verdad y el respeto, los propaladores de discursos mendaces, podemos decir, si lo queremos así, que llevan un Lamarck en su cabeza, en el rinconcito que les va dejando un orondo Rousseau: más gordo conforme nuestra estupidez se va incrementando---
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