... que escribe Alberca: «El auge de la autoficción, escribe Alberca, es preciso situarlo justamente en el intersticio de la pregonada y efímera muerte del autor y del incontestable auge de la autobiografía». ("Soy yos", Abcd, 1 de diciembre de 2007).
El lector responde a la muerte autorial pidiendo crédito al texto, a la letra que se le ofrece en el mercado. Pero no se entiende muy bien por qué ese movimiento reactivo, lógico si se trata de pensar en puros términos o principios newtonianos, ha de equilibrar la muerte referencial de un autor denunciado como quintaesencia o éter del mal burgués/capitalista/imperialista con una sobredosis de ficción, de yoes, de dobles, de clones autoriales, etc. Quizás se quiera convencer paradójicamente, señalándole aparentemente lo contrario- al lector de que el autor definitivamente ha muerto---
Sin que me fíe demasiado de mi memoria, que no me fío nada, valdría la pena llamar a declarar al ciudadano Foucault, para que nos explicara la posibilidad de que el sujeto/autor, cruce micro- de los poderes, de los discursos y sanciones sociales, dentro del fuego cruzado de razón y locura, sólo pueda reaparecer paródicamente, después de la breve vida que las ciencias humanas le fueron concediendo en el siglo XIX. Realmente murió joven, entre revoluciones y fascismos, presa de ideologías y de "ciencias" que no conocen que lo son (y por tanto representan imposturas peligrosas).
O sea: no tanto una petición del público ciudadano que quiere responsabilidad por las palabras que se emiten al mundo en el ágora, sino regodeo del público consumidor, que no puede ya creer en nada, pero que, cínico recién convertido, hace como que (als ob) piensa que la representación de la realidad apunta hacia algún sitio diferente: firme, indudable, exterior.
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