Correctamente leída, por parte del comentarista, la letra y la intención (de mis pobres palabras). Muy bien. SB.
En efecto, se trata de una trasposición (una metáfora) del texto platónico, en una clave cartesiana. A la inversa, de una superposición del texto cartesiano sobre el fragmento platónico. En cualquier caso me figuro (a mí mismo) como un estudiante no muy bien dotado, ni vocacional (pues me dirigí a la Facultad de Filosofía por el brillo y el prestigio que creía -falsamente, pero entonces éramos jóvenes y se nos debería disculpar la estupidez- que de ahí dimanaba), como un estudiante -me digo- que confundiera las cosas, o que no tuviera a su disposición (por maldad del maestro o por olvido de la historia) los pies de los textos (la autoría). En un caso así tendría que improvisar y, si su inteligencia fuera lo bastante roma como para no haber sido dotado de esos talentos para la distinción que pertenecen al gremio de los detectives-filólogos, entonces se vería forzado a buscar lo semejante en lo desemejante, aunque esa mirada le tuviera que dejar en la superficie, sin poder penetrar en lo más enredado y verdadero del texto (algo así).
Eso afín, el hilo que une los dialectos platónico y cartesiano, es como una voluntad común de orden, una fe en el conocimiento que sí que se puede denominar matemática, entendiendo:
a) que lo matemático se corresponda -en un sentido etimológico por original- con aquello aprendible, o aprehensible; por lo tanto, el objeto de un método o itinerario de conocimiento; que será más fácil de proseguir, puede ser, en tanto introspección o recuerdo de la propia capacidad de generar verdades (innatismo o apriorismo);
b) que se trata, en el ateniense igual que en el francés, de una cierta reducción de la verdad a aquellos elementos que pueden ser manejados (porque pertenecen a la proporción de la mente humana, a la ratio), de una adscripción al logos (al lenguaje, a la vida subjetiva) de toda la riqueza que preside el asombro inicial, la estupefacción mítica o religiosa, los primeros balbuceos del niño; con lo que, es evidente, se pierde en extensión y profundidad lo que se gana con el orden cristalino de axiomas y teoremas filosóficos que se obtiene con esa reducción de la oscuridad (lo oculto) a la luz dialéctica---
En fin, ¿por qué no? Cartesio como filósofo neoplatónico.
PS. En un estupendo disparate que me encontré en un examen de selectividad (un buen examen, creo, aparte del lapsus) Platón era puesto como hijo de un pastor protestante. Así se explicaría todo! Nietzsche no habría tenido que decirlo, ni detrás Heidegger.
Otra PS. La traducción del fragmento de la línea que puse ayer pertenece a la estupenda edición de J.M. Pabón y M. Fdez.-Galiano, que ahora edita Alianza (sin el texto griego de la edición del CEC, ex IEP). En nota al pie (pp. 364-365 de mi edición de Alianza, que es de 1991), relativa a la diferencia entre el tratamiento de las "hipótesis" por parte del matemático y del dialéctico, se menciona el sentido original del término: peldaño, trampolín, cualquier cosa que sirva para pasar de un estadio a otro en la marcha (cito casi literalmente). El "principio de todo" al que se arriba inicia otro tipo de marcha, anhipotético y puramente ideal, que me recuerda el desprecio final de Wittgenstein por sus pasos metódicos (Tractatus 6.54) y la tercera regla de Descartes, en la magistral edición de É. Gilson en Vrin:
"Le troisiéme, de conduire par ordre mes pensées, en commençant par les objets les plus simples et les plus aisés à connaitre, pour monter peu á peu, comme par degrés, jusqu´à la connaissance des plus composés; et supposant même de l'ordre entre ceux qui ne se précèdent point naturellemente les uns les autres." (pp. 18-19; mi ejemplar es de 1947)
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