13 de diciembre de 2007

El ojo sin cámara

No me esperaba encontrarme con aquellas casas, clavadas en la tierra, derrumbadas casi todas: allí, al borde de aquel barranco por el que nunca había transitado en mis paseos, y que estaba tan cerca de mi casa. Me dije que volvería a fotografiar esas ruinas magníficas que parecían vivir conforme iban muriendo, como restos de una belleza presta a desaparecer. Pero no puedo hacerlo, porque era un sueño---

Pero no era un sueño el de las mustias flores en el balcón alargado: sino una calle que está muy cerca de aquí. No era un sueño: o sea que debía ser yo el soñador despierto y despistado, que no lleva de la vista a la memoria las percepciones que tiene---

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Nunca sabemos si somos justos: si la indignidad que nos alarma el corazón no queda -en la ajena memoria- como un gesto ridículo e histérico que ejecutamos irreflexivamente ante los observadores de la situación. Sobre este argumento y esta petición que consideramos que se nos podría hacer a nosotros mismos, en tanto creyentes en un solo valor (la prudencia: mesura, equilibrio, justo medio, centro político), sobre esto sí que somos sensibles. Pero sigo pensando que la grosería no se debe permitir, que no tiene disculpas: y menos todavía en un joven---

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