Está en las hemerotecas. Estará allí cuando tú y yo hayamos muerto. El que no soy yo pasará por la puerta, con ansiedad en sus maneras, se dirigirá a la persona encargada, que ya está acostumbrada a las peticiones curiosas: desde el futuro, cualquier día del pasado resulta indiferente, por lo que resulta igual de -potencialmente- significativo. Porque la historia escrita, la res gesta, no coincide con la marcha actual de los acontecimientos, inmediatamente significativos en tanto percibidos (pues que nos afectan): se trata, en la historia escrita, de un orden que (se) introduce (con) la misma escritura, de tal manera que la configuración de sentido ocurre en la actividad misma de seleccionar y dar forma a los datos. Esto, y se trata de una conversación reciente, de ayer mismo, puede referirse a cualquier empeño por dar traza literaria a la experiencia. De ahí que no exista la posibilidad de una experiencia pura, en tanto que pretensión solipsista, que sea capaz de desencadenar el texto. Éste resplandece socialmente, siquiera sea a contrapelo, y no me puedo imaginar que ningún texto haya podido florecer en desierto alguno de arena o helado, a no ser como una única frase solitaria y mortal, la rosa de un crimen que madura en los pasillos solitarios (únicamente habitados por los muertos) de un hotel del norte, allí donde debía suceder el milagro, la obra magna, el bestseller. Viene ahora con el ejemplar polvoriento en la mano, cualquier día de cualquier año futuro de nuestra ausencia, y con el corazón malsanamente alegre, ve, en la página 7, la pose eterna de quien ha imaginado la forma ideal de control, no sin que una pequeña duda le haya atravesado, sombra levísima y rauda, por delante de los ojos: la idea de que quizás no sea correcto, humanamente hablando, la sospecha inicial acerca del ciudadano, como una predisposición que corre a poner el engaño y la maldad en los ojos ajenos para mantenerse puro él, como el personaje que está en la foto, mirando a la cámara y al mundo del diario del 5 de diciembre. Sí. Ha consultado las tablas de la ley, y él puede considerarse puro y correr a hacerse la foto eterna. El sentido de lo escrito, entretanto, vacila entre los fotogramas terribles de la película de Kubrick (una caverna al revés en que la luz es de maldad), la duda de si existe algo así como el síndrome de Lord Chandos para espíritus de la baja clase media (mental y social) y el mandato categórico (gris, königsberguense y amargado) de dar constancia diaria de lo sentido y perdido, así como de los ojos serenos que cruzan fugaces, como una sombra ahora amable, que parece que no pertenezca al tiempo---
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Pregunta: ¿Qué relación guarda la imagen con el acto configurador?
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Decir no.
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