11 de junio de 2007

No es cosa de...

... tomar a broma el argumentario pedagógico. En absoluto. Se debe realizar toda una crítica de sus razones y de su razón, entendiendo esto último como la forma retórica de disponer unos u otros tópicos. El más evidente de éstos lo representa el rousseanismo, entendido como dispersión secularizada, universal, del concepto de pecado, en tanto fuerza injustificada que se le hace a la víctima. No se vea aquí, en efecto, ningún sistema de moralidad, sino la caza de brujas con su cara más progresiva y coherentemente desvergonzada.

Sólo por la importancia de la materia, me parece que será conveniente deslindarla de fáciles adjudicaciones políticas, aunque sea fácil -muy fácil- observar juegos académicos de poder, con pretensiones de ciencia dura impuestas, por las buenas o las malas, a los paganos. Para intentar ser claro, leyendo las críticas usuales a la argumentación pedagógica (en el entendido de que la jerga, acomodaticia donde las haya, pueda sujetarse a un sistema algo lógico), tengo la impresión repetida de que en algún momento se echa mano de la atribución de intencionalidad política -por parte del crítico- a los legisladores, en el sentido de la búsqueda de un "hombre nuevo" que, aunque alejado de la sordidez totalitaria, no podría evitar finalmente los más sombríos resabios de colectivismo, con la finalidad -oculta tras las buenas intenciones de la izquierda crítica- de fabricar un tipo de ciudadano pasivo y acrítico consumidor. Éste puede ser, realmente, uno de los efectos directos de las buenas intenciones. Pero otra cosa es disponerlo como si fuera una de las motivaciones primeras de todo el conjunto de normas, leyes, reglamentos, etc. con el que se abruma hasta el absurdo la "práctica docente" (la enseñanza, según la jerga). Un par de ejemplos de lo último, aquí en el virreinato del sol y la alegría.

Uno: las autoridades educativas de la Consejería han ideado un plan de diagnóstico educativo -aunque no ha sido sólo en Andalucía- con el fin de observar dificultades e idear propuestas de mejora. La trampa, o el admirable disparate, está en que cualquiera que sea el resultado de las pruebas, el responsable nunca es el alumno y siempre lo es el docente. Como quiera que son los propios docentes los que deben desarrollar las pruebas, corregirlas y (tarea de todo el claustro) elaborar las milagrosas medidas de mejora, milagro será (y éste sí que es probable) que en algún punto no se alumbre la razón de alguien y los resultados sean maravillosos. Es decir, que se propicie el fraude directamente desde la Junta de Andalucía, en lo que constituye el desarrollo de un programa cuyo rigor desmerecería de lo que se estila entre los adivinos, y que parece directamente importado de los planes quinquenales de la URSS (extinta gracias a ellos, en parte). Pero no sólo se trata de la realización del plan de diagnóstico, de lo que se desentienden los mismos que lo alumbran (si son tan expertos, ¿por qué no dan las soluciones?), sino de que en ningún momento se ha podido saber qué personas físicas (de las que tienen NIF) están detrás de su confección, aunque la Consejería ha editado un libro sobre el asunto, que consta en el ISBN, aunque sin autores (?). (Imaginemos las Tablas anónimas de Moisés; o el llamado, anónimo también, para el sacrificio de Isaac... La comparación teológica no es tan absurda, pues ante la solicitud de información sobre la autoría del plan y de las pruebas, se tiende a responder señalando a las instancias de las alturas, y su saber extrahumano. Y tal es Dios.)

Dos: otro de los planes es la gratuidad de los libros de texto... y la constitución abnegada (aunque obligatoria) de un cuerpo de tutores-custodios de libros de texto, con la finalidad de vigilar su correcto estado al final de cada curso; así como de poner en marcha una serie de procedimientos, para el caso de que haya algún desperfecto, que dejarían en bragas vergonzosas la angustia de cierto Joseph de Praga, según lo escrito en el reglamento sobre el tema, una obra maestra del más puro superrealismo.

Uno) y Dos) no son más que una muestra de la experiencia diaria, ahogada en montañas de papel, en prácticas a cual más absurda (qué decir del control de firmas: de la paranoia del control que no sirve para nada), en otros planes utópicos (en buena medida, si no hay con qué) como el del bilingüismo, trilingüismo o n-lingüismo, que únicamente sirven para dejar como un imbécil a quien ha demostrado sobradamente su incompetencia para los idiomas (como yo), sin que haya renunciado a ser competente en lo suyo (por lo menos lo intento). ¿Quién -alumno- me puede oír hablar en inglés sin reírse? ¿O se trata de esto, de quitarnos ínfulas (pero no caiga yo en los juicios de intenciones)? En tanto ejemplos, y son muchos, no resulta legítimo adjudicarlos prima facie a un determinado conjunto de intenciones totalizadoras, aunque casi todos los programas y leyes contengan alguna pretensión en ese aspecto.

...

Me doy cuenta de que todo lo anterior no representa más que un intento de respuesta. Lleva la pregunta hacia otro sitio, que es lo que más o menos sé hacer, alejando cada vez más una respuesta coherente. Para que no se me olvide, cierro esto con la sospecha de que el rousseaunismo radical y la creencia en la ejecutabilidad de planes completos de reforma social radical forman parte de la misma constelación de pensamiento, una vez que la tentación de las ciencias duras está ahí demasiado a mano como para renunciar a la pretensión de ser unos pequeños dioses. Resulta tan fácil y banal, tan cómodo y bien pagado...

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