19 de junio de 2007

Dialéctica, II

(Nietzscheana contractualista)

Una sociedad de hombres de honor constituye una pesadilla: una reunión de neuróticos, de asnos pomposos; una liga de criminales; una mafia.

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Para evitar la guerra universal decidieron arbitrar un conjunto de leyes, con las cuales y muy imperfectamente pudieron sobrellevar la carga de su convivencia. En un mal día, mucho después, construyeron un ídolo al que adoraron, otorgándole también la facultad de hablar y promulgar sus propias leyes: habían inventado la religión.

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El único, el que no mira para no tener problemas, el que no habla para no cometer errores, el que no anda para no tener que pasar la vergüenza de tropezar y caerse, es el peor de todos: un ser de las esquinas, capaz de contener en una cabeza deforme su honor, su ley y su pequeño dios. A ése lo llamamos Yo.

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Inscribimos en nuestra sangre. Escribimos en/con el papel que nos dan. Scriptura ancilla auctoritatis.

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