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30 de junio de 2007
Él decía...
... que la reducción de la libertad a una aceptación obediente de la ley divina representaba el suicidio del pensamiento, y el no mucho más lejano de la humanidad. Tener que oír, encima, que eso era bueno (que la libertad consistiera en la sumisión) le hacía, al menos, sentir que él estaba en lo correcto, y que se trataba de un asunto ético. Porque no le parecía nada claro el protagonismo entero de la fe, y que no se hubiera invitado para nada a la razón a esta fiesta del sacrificio y de la bondad teológica. Podría aceptar que la libertad consistiera en la obediencia de la norma de un dios... siempre que la razón hubiera sopesado el mandato. De ahí se seguiría, evidentemente, que eso sí era lo bueno, i. e., la autonomía soberana del sujeto ético, espléndido en su poder de decisión. Pero la bondad no se podía concluir antes del procedimiento de examen, y que alguien lo sostuviera sonriendo le producía un poco de miedo, la verdad.
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