Es lo que pide M. Fernández Enguita en la última columna que publica en
Escuela (número 3832, de 18 de junio). Fingiendo acerca de la verdad, jugando con ella o toreándola, no me parece a mí que su discurso esté lejos de judaizar a sus destinatarios. Mi primera impresión es que se trata de algo, de alguien, despreciable.
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