... al debate sobre ilustración e Islam, en pro y en contra (de todo hay), se tiene uno que avergonzar un poco del nivel argumentativo alcanzado: el ataque al hombre suele ser lo más usual.
Pero no se encuentra normalmente:
a) una defensa coherente de los ideales ilustrados, capaz de dar razón y poner en sus justos términos (límites, posibilidades, espacios) los derechos religiosos,
b) una defensa coherente de esa otra racionalidad que no tiene por qué coincidir con la occidental, según se nos dice.
A mí (en tanto ignoto particular, radicado en los límites del Virreinato de Jauja) algunos asuntos, al respecto del tema, me parecen básicos. En particular en lo relativo al derecho a la palabra: que debe ser ilimitado en su contenido, igualitario y meritocrático en las personas que puedan desempeñarlo. (Meritocrático no significa acreditado ante la fe, me parece evidente. La fe es tema particular de cada uno, distinto -debe serlo- del logos público: que debe quedar como el único productor de mérito.)
Al respecto de todo esto: no tenía el otro día la cabeza muy clara -la carretera de la sierra entontece más que a un niño la nintendo- para discutir/hablar/conversar acerca del sentido occidental y económicamente marcado del racionalismo y la racionalidad occidentales, con atención especial a Max Weber, aparte de que no llevaba a Max Weber encima. Pero si algo le queda a mi enteca memoria es el pronunciamiento desesperanzado del eminente sociólogo fundador: Occidente cumple (con) el programa de desencantamiento. Bueno, ¿y qué? De esto se trata: de asumir la responsabilidad sin ayudas: Dios quedó -fue quedando, cada vez un hilo más delgado en el discurso de la razón- como idea cartesiana fundante, como postulado moral-teísta en Kant, identificado con el logos histórico y la libertad en Hegel y en Marx, desmontado como ilusión (no inocente) en los otros sospechosos (Freud, Nietzsche). Habrá que asumirlo (olvidando, por otra parte, la simpleza y/o esquematismo de estos procesos involutivos): habrá que asumir que nuestro derecho a la felicidad (a esto se refiere en última instancia la beatitud celeste prometida) no existe. Además, habrá que pensar que la carga de la libertad es muy pesada y dejar, de una vez, de pensar en nuestra inocencia original y en que el mal cometido viene de ajenas manos. Habrá que olvidar este cristianismo de tibiezas, perdones, olvidos, enésimas oportunidades---
Parafraseando (si no me equivoco) lo que dice Gauchet en algún lado: hemos perdido, hace muchísimo tiempo, la trascendencia de lo sagrado, la religión como depósito de lo trascendente; pero esto no significa la desaparición de lo trascendente, sino la posibilidad de su emergencia en formas diferentes (no religiosas)---
¿Por qué no la necesidad: si pretendemos seguir siendo ilustrados?
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