16 de enero de 2008

Hýpnos

Uno de ellos es huérfano: acomodado en el asiento del vagón, no percibe nada del ruido de esquilas (las relaciones) que va llegando del mundo de fuera. Quizás sea por una razón parecida por la que se muestra tan partidario de viajar, de soportar pruebas y vencerlas, más con su persistencia que con astucia. Cuando llega la noche, efectivamente, debe volver de un corto viaje cuyo destino ya ha olvidado. Sabe solamente que se trata de un camino que le resulta familiar, por el lecho seco y pedregoso de un río que ha frecuentado desde que era niño y jugaba. La vuelta es más difícil: está cansado y tiene que soportar, ya lo he dicho, numerosas pruebas. Las va pasando todas, pero se equivoca con el último enigma propuesto y es entonces, al reunirse todos aquéllos que había derrotado anteriormente, cuando comprende el peso que tienen las apariencias en su vida. Le parece que puede vencer, pero no es realmente así: los otros son de la misma familia y le condenan a morir. Con la absoluta falta de lógica que tienen estos acontecimientos de la noche, ve que el castigo recae sobre otro que ha dejado de ser él. Importa nada más que el castigo por la culpa: no las personas ni los hechos que han conducido a la sentencia---

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